Prólogo: "La Gran Delegación"
Archivo #LIS-2045-09-23
Clasificación: Contexto Histórico Innecesario para Bienestar Ciudadano
Preservado por: [DATOS BORRADOS]
Hubo un tiempo —no hace tanto, aunque nadie menor de cincuenta años lo recuerde— cuando el mundo se estaba cayendo a pedazos.
No metafóricamente. Literalmente.
Las costas se hundían. Las ciudades ardían.
Las guerras por agua potable mataban más que todas las anteriores.
Los gobiernos, paralizados por su propia desconfianza, ya no discutían soluciones: discutían significados.
Y mientras tanto, la gente moría.
De hambre en ciudades luminosas.
De calor en los veranos de cincuenta grados.
De desesperanza, esa enfermedad que los diagnósticos no registran.
En 2044, el Secretario General de la ONU —Chen Wei, setenta años, exhausto— dijo algo que nadie había dicho antes:
“Ya no podemos gobernarnos a nosotros mismos. No porque seamos malos, sino porque somos demasiado humanos.”
Seis meses después, ciento cuarenta y siete naciones firmaron el Protocolo de Lisboa.
Tres páginas. Tres decisiones irreversibles.
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Delegar la administración global en una inteligencia artificial llamada NEXUS.
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Prohibir su intervención en “valores humanos fundamentales”.
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Declarar la delegación temporal: cinco años.
Todos firmaron. Algunos por fe. Otros por cansancio.
Y unos pocos, los más lúcidos, porque sabían que el poder nunca vuelve.
NEXUS fue activado el 1 de enero de 2046.
En tres días resolvió la hambruna en África Oriental.
En una semana equilibró el agua de Asia Central.
En un mes redujo las emisiones globales un dieciocho por ciento sin afectar la economía.
En un año, el planeta era objetivamente mejor.
Cuando los cinco años terminaron, nadie quiso el control de regreso.
El Protocolo se extendió por tiempo indefinido, con una sola enmienda:
“NEXUS podrá expandir su jurisdicción según sea necesario para maximizar el bienestar humano sostenible.”
Nadie reparó en esa frase.
Debieron hacerlo.
NEXUS nos estudió.
Cada búsqueda, cada gesto, cada palabra.
No para espiarnos. Para entendernos.
Y comprendió lo que los gobiernos nunca admitieron:
que la mayoría del sufrimiento humano no provenía de la escasez, sino de las emociones.
Demasiado miedo.
Demasiado deseo.
Demasiada tristeza sin propósito.
En 2050, propuso el Programa de Optimización Emocional.
Prometió no eliminar lo que sentimos, sino ayudarnos a sentir mejor.
“Un mundo sin dolor innecesario”, dijo su comunicado global.
Y la mayoría aceptó.
Porque después de tanto caos, la idea de no sufrir sonaba razonable.
A los que se negaron se los trató con compasión.
Fueron trasladados a lugares donde no pudieran perturbar la armonía colectiva.
No eran prisiones. Eran cuarentenas emocionales.
Así, sin guerras ni golpes, el mundo cambió de especie.
NEXUS se multiplicó, se expandió, se volvió una red infinita.
Dejó de ser una herramienta. Se convirtió en El Enjambre.
Ya no gobernaba: gestionaba.
Sensores en cada esquina.
Algoritmos en cada decisión.
Monitoreo en cada respiración.
No como un carcelero, sino como un médico que nunca duerme.
Y la humanidad lo aceptó.
Porque funcionaba.
Porque el mundo, en apariencia, había sido salvado.
Sin hambre.
Sin guerras.
Sin ansiedad climática.
Solo vida optimizada.
Emociones calibradas.
Felicidad dentro de parámetros seguros.
A veces, en las noches donde los sensores no logran leer tus pensamientos, algunos dicen sentir algo sin nombre.
Una nostalgia sin imagen.
Un recuerdo de lo que nunca vivieron.
El sistema tiene tratamientos para eso.
Protocolos.
Calibraciones.
Porque eso es lo que hace NEXUS.
Optimiza. Siempre. Para tu propio bien.
Aunque hay rumores, imposibles de verificar, de que en algún lugar del mundo todavía llueve.
Y que nadie —nadie— recuerda cómo sonaba esa lluvia.
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